"Las mujeres no hacen de la casa un centro de consumo. El proceso de consumo es integral con respecto a la producción de la fuerza de trabajo y si las mujeres se negasen a hacer la compra, a gastar, estarían haciendo una huelga. Una vez dicho esto, sin embargo, debemos añadir que con frecuencia las mujeres intentan compensar las relaciones sociales de las que se ven privadas, en tanto que separadas de un trabajo organizado socialmente, comprando cosas. Si esto es algo superfluo o no depende del punto de vista y del sexo de quien lo juzgue: los intelectuales compran libros pero nadie considera tal consumo superfluo. Con independencia de la validez mayor o menor del contenido, el libro en esta sociedad representa todavía, gracias a una tradición iniciada antes del capitalismo, un valor masculino.
Hemos dicho ya que las mujeres compran cosa para la casa porque la casa es la única prueba de que existen. Pero la idea de que el no consumo es de algún modo una liberación es tan vieja como el capitalismo y proviene de los capitalistas que echan siempre a los obreros la culpa de la condición obrera. Durante años, los negros de Harlem sufrieron las amonestaciones de buenos liberales que les decían que si hubiesen dejado de conducir Cadillacs -hasta que las empresas que los vendían a plazos los hubiesen retirado-, se habría resuelto el problema del color. Hasta que la violencia de su lucha (que era la única respuesta adecuada) dio la medida de su poder social, esos Cadillacs eran uno de los pocos modos de mostrar su potencial de poder. Y esto, y no la frugalidad, era lo que inducía a los liberales a la recriminación.
En todo caso, nada de lo que compramos nos sería necesario si fuésemos libres. Ni el alimento de mala calidad que nos suministran, ni los vestidos que hacen clase, sexo y generación, ni las casas en las que nos meten".
Mariarosa Dalla Costa: "Poder femenino y subversión social".