martes, 28 de febrero de 2017

Que ser puta es mejor que volverse ciega.

"No estoy diciendo -nunca lo he hecho- que ser puta sea la mejor manera de vivir, pero es mejor que volverse ciega en una fábrica donde te explotan haciendo costuras o trabajar veinte horas como esclava en una cocina o como criada, con los viejos y los hijos siempre a tu acecho en el pasillo con las braguetas abiertas. Los salarios eran bajos para las mujeres en la ciudad y nadie tenía mucho respeto por una chica que tenía que trabajar. Créanme, es la Gente Buena que explota a las chicas pobres la que hace a muchas putas. Así que de varias maneras la casa de citas sí tenía un buen lado para las chicas; podían ver y disfrutar las cosas de manera diferente que sus madres inclinadas en una estufa caliente todo el día, con media docena de niños mocosos agarrados de sus enaguas y un marido que nunca se bañaba, que la trataba como a una cerda de crianza hasta que a menudo empezaba a echarle el ojo a sus hijas. Quizá esta forma de hablar mía suene escandalizadora, pero he vivido muchos años con esas ideas, y si bien no ha sido una vida en un lecho de rosas, estoy sana y feliz, y no estoy de camino al hospicio o muerta en la sala de un hospital de caridad de alguna ciudad antes de tiempo. O viviendo la vida brutal de las chicas que conocí en mi tierra que se casaron con granjeros ruines y eran restos humanos antes de los treinta años, viejas sin dientes a los cuarenta".

Nell Kimbal: Memorias de una madame americana.

sábado, 25 de febrero de 2017

Sobre las mujeres nuevas.

"Gravemente yerran quienes piensan aún que la mujer nueva, soltera, es el fruto de los heroicos esfuerzos de individualidades fuertes que han tomado conciencia de sí mismas. No se trata de la voluntad individual; no son el ejemplo de las valientes Magda o de la decidida Renée los que han creado a la mujer nueva. La transformación de la mentalidad de la mujer, de su estructura interna espiritual y sentimental, se lleva a cabo ante todo y muy especialmente en las profundidades sociales, allí donde, bajo el azote del hambre, se produce la adaptación de la obrera a las condiciones radicalmente transformadas de su existencia. (...) La voluntad individual queda sumergida, desaparece en el esfuerzo colectivo que millones de mujeres de la clase obrera hacen para adaptarse a las nuevas condiciones de existencia. El capitalismo despliega en ello una gran actividad: al arrebatar a cientos de miles de mujeres al hogar y al cuidado de la cuna, transforma esas naturalezas sumisas y pasivas de esclavas obedientes al marido en un ejército de combate por sus propios derechos y por los derechos e intereses de la colectividad humana: despierta la rebeldía, educa la voluntad. La individualidad de la mujer se endurece, se afirma. Pero ¡desdichada la obrera que crea en la invencible fuerza del individuo aislado! El carro del capital la aplastaría sin remedio.

(...) La realidad capitalista agudiza la sensación de antagonismo social entre las mujeres que trabajan. (...) Las mujeres nuevas, unas y otras, pasan por la etapa de la "rebeldía"; unas y otras lucha por afirmar su personalidad: unas conscientemente, "por principio", y otras, de modo elemental, colectivo, y empujadas por la necesidad. Pero en tanto que para la mujer de la clase obrera la lucha para la afirmación de su derecho, de su personalidad, concuerda con los intereses de su clase, las mujeres de las demás capas sociales tropiezan con un obstáculo: la ideología de su clase, hostil a la reeducación del modelo femenino. (...) Las mujeres trabajadoras marcan el ritmo de la vida, determinan la imagen de la mujer que caracteriza a una época concreta. Al derribar todos los valores morales y sexuales admitidos, las mujeres nuevas quebrantan la firmeza de los viejos principios en el alma de las mujeres que aún no se han lanzado por la nueva senda".

Alejandra Kolontai: "La mujer nueva", 1918.

lunes, 6 de febrero de 2017

Aumentar nuestro potencial de amar.

"Es menester retornar a los viejos tiempos, restablecer los antiguos basamentos familiares, reforzar las normas tradicionales de la moral sexual, decide la parte conservadora del género humano. Hay que destruir todas las hipócritas defensas del decrépito código de la moral sexual; ya es hora de tirar a la basura ese pellejo inútil y fastidioso... La conciencia individual, la voluntad individual de cada cual, esos son los únicos legisladores en tan íntima cuestión, se oye decir en el bando del individualismo burgués. La solución de los problemas sexuales no será consecuencia sino de la instauración de un orden social y económico reformado de modo radical, aseveran los socialistas. Pero ¿no indica ese recurrir al futuro que tampoco nosotros tenemos el hilo conductor en las manos? ¿Resulta, en efecto, posible ya hoy en día, descubrir o, al menos, indicar, el hilo mágico que promete zanjar el nudo?

(...) Nosotros, los pertenecientes a un siglo de propiedad capitalista, un siglo de tremendas luchas de clases y de moral individualista, vivimos y pensamos todavía bajo el funesto signo de una invencible soledad moral. Esta soledad en medio de inmensas ciudades populosas, tentadoras y ruidosas, esta soledad que nos acecha incluso entre amigos y compañeros, lleva al hombre de hoy a aferrarse con enfermiza avidez a un ser del sexo opuesto, pues únicamente el amor posee el mágico poder de ahuyentar, al menos por un tiempo las tinieblas de la soledad.

(...) La crisis sexual no tiene solución sin una reforma radical de la psicología humana, sin el aumento de 'potencial amoroso' de la reorganización radical de nuestras relaciones socioeconómicas, sobre bases comunistas. Sin esta 'vieja verdad' no hay solución".

Alejandra Kolontai: "Lucha de clases y sexualidad", 1918.

jueves, 2 de febrero de 2017

Una puta partidaria de los derechos de las mujeres.

"Tuve una puta llamada Gladdy que era partidaria de los derechos de las mujeres. Marchaba en los desfiles de Filadelfia y de Nueva York cuando había marchas a favor del voto y se ponían alfileres en los caballos de los policías y se hablaba sobre ser iguales a cualquier hombre. Gladdy era una puta muy buena y atraía a los folladores intelectuales con los que hablaba de Shaw y H. G. Wells e Ibsen y muchos rusos de cuyos nombres ya no me acuerdo. Solía andar en bicicleta a lo largo de los diques, con una falda abierta. Siempre estaba recitando algo que llamaba Omar el Tendero. En su tiempo libre Gladdy grababa imágenes de indios y cabezas de chicas sobre almohadas de papel. Alrededor de 1904 se consiguió a un amante negro, un abogado que había ido a la universidad en el norte. Le dije a Gladdy que yo personalmente no pensaba que un hombre fuera peor que otro hombre, sin importar de qué color fuera, pero que la costumbre era la base de nuestro negocio. (...) Gladdy se puso impertinente y me dijo que su semental negro era un gran hombre y un luchador por los derechos, los derechos humanos".

Nell Kimball: Memorias de una madame americana.