lunes, 28 de agosto de 2017

Objetos de deseo / Objetos de odio.

"El dispositivo capitalista, patriarcal y racista que permite convertir en mercancía los cuerpos de las mujeres armadas no funciona siempre. No todas las guerrilleras son susceptibles de ser convertidas en objeto de deseo por parte de los consumidores. Cuando las mujeres pertenecen a un grupo social que ha sido designado como enemigo, los flujos libidinales del mercado se paralizan. No se puede vender como objeto de deseo lo que antes se ha vendido como objeto de odio.

Posiblemente el mejor ejemplo en este sentido son las mujeres con hiyab. A pesar de su protagonismo en luchas sociales recientes, como las primaveras árabes, sus fotografías apenas han aparecido en nuestras redes sociales, y cuando lo han hecho no ha sido como cuerpos erotizados. (...) Las pocas imágenes que se difunden en las redes muestran a mujeres vestidas con ropas que nosotros consideraríamos occidentales y que se cubren la cabeza de una forma que nosotros identificaríamos con la izquierda antisistema. No importa que en realidad lleven el hiyab debajo, como puede apreciarse en muchas fotografías: lo importante es que no son vistas como parte de esa construcción social que es el enemigo islámico, y por tanto pueden ser mercantilizadas y erotizadas. El resto de mujeres [palestinas] solo aparecen en las fotografías como víctimas, como sujetos pasivos que sufren el maltrato de las fuerzas de ocupación israelíes.

(...) En la medida en que quedan fuera de la mercantilización, esas identidades pueden convertirse en espacios desde donde articular la resistencia, ya que no son asimilables por los flujos del capitalismo. En este sentido, el hiyab se convierte en un símbolo con un enorme potencial para la lucha, como repiten incesantemente las feministas islámicas. Otro ejemplo muy interesante en esa misma línea sería el uso del pasamontañas y la ropa no occidental por parte de las mujeres del EZLN. Al optar por un tipo de ropa que impide que su imagen sea mercantilizada por el capitalismo racista y patriarcal, evitan ser convertidas en objetos y pueden permanecer como sujetos, manteniendo una capacidad mucho mayor de control sobre su propia forma de presentarse al mundo".

Leyla Martínez: Pasamontañas, hiyabs y capitalismo baboso. La imagen de las mujeres en las guerras.

lunes, 21 de agosto de 2017

Que haya alguien en casa que te cuide es la única posibilidad para no volverse loco.

"De la misma manera que Dios creó a Eva para dar placer a Adán, el capital creó al ama de casa para servir al trabajador masculino, física, emocional y sexualmente; para criar a sus hijos, coser sus calcetines y remendar su ego cuando esté destruido a causa del trabajo y de las (solitarias) relaciones sociales que el capital le ha reservado. Es precisamente esta peculiar combinación de servicios físicos, emocionales y sexuales que conforman el rol de sirvienta que las amas de casa deben desempeñar para el capital lo que hace su trabajo tan pesado y al mismo tiempo tan invisible. No es casual que la mayor parte de los hombres comiencen a pensar en el matrimonio tan pronto como encuentran su primer trabajo. Esto no sucede sólo porque económicamente se lo puedan permitir sino porque el que haya alguien en casa que te cuide es la única posibilidad para no volverse loco después de pasar el día en una línea de montaje o en una oficina. Toda mujer sabe que debe cumplir con esos servicios para ser una mujer de verdad y lograr un patrimonio "exitoso". También en este caso, cuanto mayor es la pobreza familiar, mayor es la esclavitud a la que se ve sometida la mujer y no tan solo debido a la situación económica. De hecho el capital mantiene una política dual, una para la clase media y otra para las familias de clase trabajadora. No es accidental que sea en esta última donde encontramos el machismo menos sofisticado: cuantos más golpes se lleva un hombre en el trabajo más y mejor entrenada tiene que estar la mujer para absorber los mismos, y más permitido le estará el recuperar su ego a su costa. Le pegas a tu mujer y viertes tu rabia en ella cuando te sientes frustrado o demasiado cansado a causa del trabajo, o cuando te han vencido en una lucha (aunque trabajar en una fábrica ya es una derrota). Cuanto más obedece un hombre y más ninguneado se siente, más manda alrededor suyo. La casa de un hombre es su castillo y su mujer debe aprender a esperar en silencio cuando él está de mal humor, a recompone sus pedazos cuando está hecho trizas y odia el mundo, a darse la vuelta en el lecho cuando él dice estoy demasiado cansado esta noche o cuando lo hace tan rápido que, tal y como lo describió cierta vez na mujer, lo mismo podría estar haciéndolo con un bote de mayonesa. Las mujeres siempre han encontrado maneras de rebelarse, o de responder, pero siempre de manera aislada y en el ámbito privado. El problema es entonces cómo se lleva esta lucha fuera de la cocina y del dormitorio, a las calles".

Silvia Federici: "Salarios contra el trabajo doméstico".

miércoles, 16 de agosto de 2017

Que el enfado de una mujer era el de todas las mujeres.

"Desde la llegada de los colonos, las mujeres de la etnia Igbo (...) han perdido mucho poder. En la sociedad Igbo tradicional las mujeres disfrutaban de posiciones de autoridad en la organización política, social y religiosa de la aldea y el linaje se transmitía por vía materna. Sin embargo, la llegada del hombre blanco ha supuesto también la aparición del patriarcado [que] ha acabado también con muchos de los mecanismos culturales que poseían las mujeres para apoyarse y defenderse entre ellas. Uno de estos mecanismos era el enfado, que se gestionaba colectivamente. Aunque podían tener sus propios problemas individuales, las mujeres eran consideradas una unidad cuando se producía un conflicto con un hombre. El enfado de una mujer era el de todas las mujeres de la aldea, así que los hombres lo temían y trataban de evitarlo. Esto no implicaba que los conflictos se resolviesen siempre a favor de las mujeres, pero esta red de solidaridad las colocaba en una posición mas fuerte para dirimir los conflictos que tenían que ver con engaños, malos tratos o abusos de cualquier tipo. Además, la solidaridad actuaba también de forma preventiva, ya que los hombres evitaban realizar comportamientos que podían implicar un conflicto con todas las mujeres de la aldea.

Otro mecanismo cultural con el que contaban las mujeres igbo para apoyarse entre ellas era lo que se conocía como "sentarse encima de un hombre". Esta práctica consistía básicamente en el señalamiento y la ridiculización de los hombres que habían tenido una actitud de desprecio hacia las mujeres, ya fuese por maltratar a su esposa, violar las normas del mercado que dependían de las mujeres o dejar que su ganado se alimentara en los terrenos donde pastaban los animales de una mujer. El señalamiento podía producirse de muchas formas diferentes, aunque las más frecuentas eran que las mujeres rodeasen la casa del hombre cantando canciones obscenas que ridiculizaban su virilidad o que, en casos graves, destruyesen sus propiedades, llegando a incendiar su vivienda. En la sociedad igbo se consideraba que las mujeres tenían más capacidades de empatía y cuidado de lo colectivo, así que el resto de hombres no solía defender al que había sido señalado".

Layla Martínez: Batallones de mujeres en guerras y revoluciones.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Las armas pertenecen a los hombres.

"El capitalismo siempre ha consumido cuerpos racializados y esclavizados, pero a lo largo de su historia ha ido incrementando las formas en que lo hacía y extendiéndose a otros sectores sociales. En este movimiento de extensión y profundización de sus intervenciones sobre los cuerpos, el capitalismo ha  tenido como principales aliados al patriarcado y al racismo. Estos dos sistemas de creencias, basados en la consideración de determinados cuerpos como inferiores a otros, han proporcionado la cobertura ideológica para la intervención del capitalismo sobre cuerpos racializados y sobre cuerpos no masculinos.

(...) Esta conjunción de patriarcado, racismo y capitalismo es muy evidente en el caso de las guerrilleras kurdas, pero también en las de otras mujeres participantes en conflictos armados. Despojadas de su capacidad de ser sujetos y con cuerpos calificados de deseables por los códigos culturales del capitalismo racista y patriarcal, sus imágenes son consumidas en relaciones económicas a las que son ajenas y que enriquecen  a enormes empresas transnacionales ubicadas en los países occidentales. 

En la creación de los códigos culturales que hacen deseables a los cuerpos de las guerrilleras han tenido una gran responsabilidad las ideologías de izquierda, que han promovido una suerte de fetichismo de la mujer armada. Las mujeres armadas no eran unos soldados más, eran cuerpos deseables en tanto que excepcionales, peligrosos y prohibidos. No es difícil ver lo patriarcal de este deseo: las armas pertenecen a los hombres, así que las mujeres que las tocan están transgrediendo una norma social, excitan el deseo de los hombres porque usurpan algo que no les pertenece. De alguna manera sería similar al deseo que despiertan las lesbianas, que se adueñan de algo que es propiedad de los hombres. Por supuesto, esto sucede solo en el caso de que lo hagan momentáneamente y en función de la mirada masculina, sin politizarlo ni abandonar lo que socialmente se entiende como feminidad. Más allá de las fantasías del porno lésbico hecho para varones heterosexuales, las lesbianas sólo reciben el desprecio y la violencia del patriarcado, que las ve como una amenaza. De la misma forma, un grupo de mujeres armadas, politizadas y que no responda a lo que la norma social entiende como femenino despierta muchos miedos patriarcales y ningún deseo".

Layla Martínez: Pasamontañas, hiyabs y capitalismo baboso. La imagen de las mujeres en las guerras.

miércoles, 2 de agosto de 2017

Porque pensaba que la Historia podía cambiar las cosas (IV).

"Los trabajadores sólo serán capaces de destruir esta máquina violenta si le hacen frente con las experiencias de su propia historia de luchas; si aprenden a manejarse con conciencia histórica; si evitan la sistemática destrucción de su propio pasado fuera del capital que el monstruo capitalista practica todos los días; si se preparan para transformar su propia historia de luchas en un instrumento para la destrucción revolucionaria del sistema de explotación".

Karl Heinz Roth y Angelika Ebbinghaus: El "otro" movimiento obrero y la represión capitalista en Alemania (1880-1973).

"Nada verdaderamente nuevo nacerá de la abolición de la memoria".

Daniel Bensaïd: Estrategia y partido.

"El texto de un historiador activista se distancia de la historia neutral y aséptica que puede ser impoluta pero totalmente incapaz de servir para entender cómo funciona el mundo, cómo hemos llegado hasta el presente y cómo podemos cambiarlo".

Andy Durgan y Joel Sans: "Recuperar a Lenin para el siglo XXI", prólogo a Tony Cliff: Lenin. La construcción del partido.