"Contra el fondo de una huelga metalúrgica y mecánica, un escándalo absorbió la atención de la comunidad de mujeres de la clase obrera de Barcelona, en octubre de 1910. Los obreros estaban luchando por la jornada de nueve horas y contra los despidos y el desempleo. (...) Los trabajadores varones se preocupaban de la situación laboral. Las mujeres se sentían ultrajadas por la vejación de una niña.
La viuda de un inspector de policía, madre de seis hijos, todos ellos más o menos enfermos, había ingresado a las dos niñas menores, de siete y cuatro años, en un convento para huérfanos. El 10 de octubre de 1910, la viuda recibió una carta de la Madre Superiora en la que le decía que la niña de siete años estaba enferma y debería volver a casa. La niña sufría un dolor agudísimo en el área genital, debido a lesiones internas y externas. Las monjas dijeron que sufría una enfermedad contagiosa. Después de cierta demora, los médicos de la clínica admitieron que tenía una enfermedad venérea, resultado de la violación por un extraño que se había ofrecido a bañarla.
La comunidad femenina de Barcelona adoptó a la víctima como propia. El 17 de octubre, fiesta local en la vigilia del día de San Lucas, un gran número de mujeres humildes, descritas como "mujeres del pueblo", y de vendedoras de los mercados del Borne y de la Barceloneta, de la parte antigua de la ciudad, se congregó frente a la casa de la niña. No pasaron por la iglesia; pocas mujeres se incorporaron a las manifestaciones anticlericales que habían organizado los hombres. Lo que parecía estar en disputa para las mujeres era la solidaridad con la madre y su hija enferma (...). Cuando la policía presionó a madre e hija, las vecinas ejercieron vigilancia y actuaron como un conjunto. La policía trató de persuadir a la madre de que su hija había participado en actos inmorales fuera de la escuela del convento, pero las mujeres se sintieron tan ultrajadas como su madre, que proclamaba la inocencia de su hija.
(...) Cuando las mujeres pretendieron unirse como tales, alarmaron a las autoridades y el gobernador prohibió la concentración. La conciencia de que serían los funcionarios, y no ellas, quienes decidirían cómo serían tratadas la víctima y su familia ofendió gravemente a las mujeres. La respuesta de los funcionarios equivalía a una violación de los derechos de las mujeres a proteger a los niños y a las demás mujeres. Porque, al margen de la propia violencia, el hostigamiento sexual desafía realmente la autoridad de las mujeres sobre las demás mujeres y sobre su sexualidad colectiva".