martes, 29 de mayo de 2018

Que fuimos las mujeres las que despertamos la cólera.

"El gobierno había sido ambiguo respecto a la cuestión del sufragio femenino. Muchos, incluso en el movimiento revolucionario, vacilaron, advirtiendo que si bien apoyaban la igualdad de las mujeres en principio, concretamente las mujeres de Rusia estaban atrasadas políticamente, y sus votos por tanto corrían el riesgo de obstaculizar el progreso. Tras su retorno al país el 18 de marzo, Kollontai abordó directamente estos prejuicios.

¿Pero no es cierto que nosotras, las mujeres, con nuestras protestas sobre el hambre, sobre la desorganización de la vida rusa, sobre nuestra pobreza y los sufrimientos que trajo la guerra, fuimos las que despertamos la cólera popular?. La revolución, señaló Kollontai, nació el Día Internacional de las Mujeres, ¿Y no fuimos las mujeres las primeras en salir a las calles para luchar con nuestros hermanos por la libertad, e incluso, si era necesario, morir por ella?

El 19 de marzo, una gran procesión descendió hacia el Palacio de Táuride, exigiendo el derecho de las mujeres al voto: 40.000 manifestantes, principalmente mujeres, pero también muchos hombres. Si la mujer es una esclava, rezaban las pancartas, no habrá libertad. Ondeaban también banderas en favor de la guerra: este era una feminismo interclasista, de amplio espectro, obreras junto a mujeres bien ataviadas; liberales y eseritas junto a mencheviques y bolcheviques -aunque estos últimos, para decepción de Kollontai, no habían dado prioridad a la marcha-. El mal tiempo no acompañaba, pero las manifestantes no se arredraron. Llenaron la avenida que daba al palacio. Allí, Chjeidze intentó excusarse diciendo que no podía salir a reunirse con ellas porque había perdido la voz.

Ellas no la tendrían en esa ocasión. Pero el propio Chjeidze, por el Soviet, y Rodzianko, por el Gobierno Provisional, tuvieron que plegarse al movimiento. Lanzaron una ley por el sufragio femenino universal, que se aprobaría en julio".

China Miéville: Octubre. La Historia de la Revolución Rusa.

viernes, 25 de mayo de 2018

Poner el placer en el lugar que tiene en la vida.

"Creo que hay tres cosas básicas importantes para recuperar el útero. Una es el propio orgasmo, sea cual sea su origen, que siempre 'se opone a la coraza' y propicia la reconexión. A fuerza de latir, el útero deshace la tensión y pierde el estado de rigidez, y a fuerza de expandie el latido de placer acaba por alcanzar nuestra conciencia, nuestro neocortex. El orgasmo es la principal vía de rehabilitación del útero. El saberlo además intensifica la eficacia del proceso de rehabilitación.

(...) La segunda cuestión básica para la recuperación del útero es el cambio de actitud en general ante el placer. Es necesario, sobre todo para las mujeres, cultivar -en el sentido de hacer verdadera cultura- el reconocimiento de la función orgánica del placer; una cultura que vaya más allá del mero rechazo al destino tradicional de sufridoras. Que ponga el placer en el lugar que tiene en la vida. Porque no sólo se trata de acabar con la vieja resignación tradicional, y de que el placer ya no sea pecado, si sea 'malo'. Se trata de entender que el placer no es algo aleatorio o prescindible, que pueda y deba esperar frente a otras cosas (responsabilidades profesionales, hij@s, etc.) que sí consideramos imprescindibles o necesarias. Como todo lo que se produce en el cuerpo, el placer no se produce porque sí sino que tiene una función de regulación fisiológica y psíquica.

(...) En tercer lugar, la recuperación del útero se propicia también desde el neocortex, conociendo la función del útero. Cuanto más sepamos, más nos empapemos de la sexualidad uterina, más facilitaremos la reconexión. Si el neocortex ha sido el camino de la inhibición, por donde la moral y el orden sexual alcanzan nuestros cuerpos y logran nuestra propia autoinhibición del deseo, también puede ser lo contrario. (...) Con la cultura de la represión de la sexualidad hemos perdido el lenguaje del placer; o mejor dicho, se quedó en aquello del pecado de la carne".

Casilda Rodrigáñez: Pariremos con placer.

miércoles, 23 de mayo de 2018

Pero mi madre no podía vender a mi padre.

"Desde mis años de infancia, la vida me pareció incomprensible y cruel. Creo que tenía apenas seis años cuando me di cuenta de que en el mundo había propietarios y campesinos siervos, de que los propietarios podían vender a la gente, que mi padre podía separarnos a mi madre y a mí vendiéndola a ella a un propietario vecino y a mí a uno distinto; pero mi madre no podía vender a mi padre. Otro descubrimiento me impresionaba igualmente por su crueldad: los niños se dividían en legítimos e ilegítimos y a estos últimos los trataban siempre con desprecio y estaban expuestos a insultos y burlas, sin que se tuvieran en cuenta sus cualidades personales.

(...) Cuando la escuela se cerró, me inscribí en una gimnazia aunque esto me costó una pelea con mi padre. Allí conocí a una muchacha que me dio a conocer la literatura de los años sesenta, y comencé a devorar ansiosamente los periódicos que circulaban entonces, los poemas de Nekrásov y otros libros con una orientación política definida. (...) Cuando terminaban nuestras tareas escolares, nuestro grupo se precipitaba a las sesiones de tribunal, donde nos quedábamos a veces hasta la media noche. Veíamos las cuestiones sociales desplegarse ante nosotros, en escenas de la vida real. Entre otras cosas, vimos campesinos que habían sido despojados con engaños de sus tierras por el proceso de emancipación, juzgados por el cargo de rebelión, y mujeres que, no pudiendo soportar su esclavitud, sancionada legalmente, habían asesinado a sus esposos".

Elizabeta Koválskaya sobre su adolescencia en Járkov a finales de la década de 1860. Recogido en VV.AA.: Cinco mujeres contra el Zar.

lunes, 21 de mayo de 2018

O el marido o el amo expoliador.

"Matilde ha visto de cerca, ha tocado la tragedia del hogar, la felicidad, la paz del hogar cristiano, tan preconizado por curas y montas. El marido llega a él cansado de trabajar -cuando hay trabajo-. Allí hay unos chiquillos que gritan, que lloran, y una mujer mal vestida y gruñona, que ha olvidado hace muchos años toda palabra agradable y cuyas manos huelen insoportablemente a cebolla. 'Bueno, ya no tengo dinero; fíjate'. 'Está bien. No me eches cuentas. Supongo que no te lo habrás comido'. '¡Se lo contaré al vecino!'. 'Bueno, ¿y qué? Yo no puedo hacer más. Estoy todo el día hecho un burro'. '¿Y yo no trabajo? ¡Pero como no traigo dinero!'. El marido piensa que las cosas de la casa se hacen por sí mismas (¡milagrera meseta del fámulo Isidro!) y no le da importancia alguna al trabajo de la mujer, al embrutecedor trabajo doméstico.

'Me echas en cara el pan que me como, pero bien me lo gano', dice la esposa. O bien: 'Tú quisieras que yo trajese dinero a casa, ¿verdad? Con tal de que no te pidiera un céntimo, te daría igual que lo sacara de donde fuese. Pero como no tengo ningún querido que me lo dé...', etcétera. ¡Horrible! Da igual que el hogar sea un piso alto, o que sea una pastelería. Varía el sitio nada más. Los chicos, en lugar de meter las manos en la tina del agua sucia, las introducen en la masa extendida sobre los tableros de la cocina. Por lo demás, el marido también dice que no puede con tanto trabajo, y la esposa repite hasta el cansancio que está 'todo el santo día hecha una mula'. Pero también hay mujeres que se independizan, que viven de su propio esfuerzo, sin necesidad de aguantar tíos. Pero eso es en otro país, donde la cultura ha dado un paso de gigante; donde la mujer ha cesado de ser un instrumento de placer físico y explotación; donde las universidades abren sus puertas a las obreras y las campesinas más humildes. Aquí, las únicas que podrían emanciparse por la cultura son las hijas de los grandes propietarios, de los banqueros, de los mercaderes enriquecidos; precisamente las únicas mujeres a quienes no les preocupa en absoluto la emancipación, porque nunca conocieron los zapatos torcidos ni el hambre, que engendra rebeldes. Matilde ha oído algo sobre esto, no recuerda dónde; o lo leyó en algún libro, tampoco recuerda exactamente cuál. En los países capitalistas, particularmente en España, existe un dilema, un dilema problemático de difícil solución: el hogar, por medio del matrimonio, o la fábrica, el taller o la oficina. La obligación de contribuir de por vida al placer ajeno, o la sumisión absoluta al patrono o al jefe inmediato. De una u otra forma, la humillación, la sumisión al marido o al amo expoliador.

¿No viene a ser una misma cosa?".

Luisa Carnés: Tea Rooms. Mujeres obreras, 1934.