lunes, 21 de mayo de 2018

O el marido o el amo expoliador.

"Matilde ha visto de cerca, ha tocado la tragedia del hogar, la felicidad, la paz del hogar cristiano, tan preconizado por curas y montas. El marido llega a él cansado de trabajar -cuando hay trabajo-. Allí hay unos chiquillos que gritan, que lloran, y una mujer mal vestida y gruñona, que ha olvidado hace muchos años toda palabra agradable y cuyas manos huelen insoportablemente a cebolla. 'Bueno, ya no tengo dinero; fíjate'. 'Está bien. No me eches cuentas. Supongo que no te lo habrás comido'. '¡Se lo contaré al vecino!'. 'Bueno, ¿y qué? Yo no puedo hacer más. Estoy todo el día hecho un burro'. '¿Y yo no trabajo? ¡Pero como no traigo dinero!'. El marido piensa que las cosas de la casa se hacen por sí mismas (¡milagrera meseta del fámulo Isidro!) y no le da importancia alguna al trabajo de la mujer, al embrutecedor trabajo doméstico.

'Me echas en cara el pan que me como, pero bien me lo gano', dice la esposa. O bien: 'Tú quisieras que yo trajese dinero a casa, ¿verdad? Con tal de que no te pidiera un céntimo, te daría igual que lo sacara de donde fuese. Pero como no tengo ningún querido que me lo dé...', etcétera. ¡Horrible! Da igual que el hogar sea un piso alto, o que sea una pastelería. Varía el sitio nada más. Los chicos, en lugar de meter las manos en la tina del agua sucia, las introducen en la masa extendida sobre los tableros de la cocina. Por lo demás, el marido también dice que no puede con tanto trabajo, y la esposa repite hasta el cansancio que está 'todo el santo día hecha una mula'. Pero también hay mujeres que se independizan, que viven de su propio esfuerzo, sin necesidad de aguantar tíos. Pero eso es en otro país, donde la cultura ha dado un paso de gigante; donde la mujer ha cesado de ser un instrumento de placer físico y explotación; donde las universidades abren sus puertas a las obreras y las campesinas más humildes. Aquí, las únicas que podrían emanciparse por la cultura son las hijas de los grandes propietarios, de los banqueros, de los mercaderes enriquecidos; precisamente las únicas mujeres a quienes no les preocupa en absoluto la emancipación, porque nunca conocieron los zapatos torcidos ni el hambre, que engendra rebeldes. Matilde ha oído algo sobre esto, no recuerda dónde; o lo leyó en algún libro, tampoco recuerda exactamente cuál. En los países capitalistas, particularmente en España, existe un dilema, un dilema problemático de difícil solución: el hogar, por medio del matrimonio, o la fábrica, el taller o la oficina. La obligación de contribuir de por vida al placer ajeno, o la sumisión absoluta al patrono o al jefe inmediato. De una u otra forma, la humillación, la sumisión al marido o al amo expoliador.

¿No viene a ser una misma cosa?".

Luisa Carnés: Tea Rooms. Mujeres obreras, 1934.

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