"Pues yo me tuve que dedicar al estraperlo, a salir a los pueblos... ¡Andando con la carga a cuestas! Pues lo primero que empezamos a llevar era aceite... comprábamos una arroba de aceite, lo llevábamos y cambiábamos por comida, por rancho, ¿sabes? Pero es que, en este pueblo, como te digo, dinero no había nunca. Aquí todo se vendía a cambio, todo... lo que entraba a la casa (...). Porque había mucha gente, unas que estaban viudas, otras que no habían venido de la cárcel, otras que tenían sus maridos y no tenían bastante... iban las mujeres, muchas mujeres. Cuando yo, iba conmigo una que era viuda, y otra que tenía a su marido también en la cárcel. Nos juntábamos las tres para ir, ¿sabes?, a los pueblos estos, hemos andado mucho. (...) A las seis de la mañana en tiempo de invierno, porque en Bayárcal, en el pueblo, el patrón es San Francisco [Javier], que es el 3 de diciembre, y es cuando más se vendía, ¿sabes? Empezábamos a ahorrar, ya te conocían... comprábamos géneros en las tiendas e íbamos y lo vendíamos, como no había tiendas allí... la ilusión de poder ganar una peseta (...) y nos metíamos en el río en pleno invierno, que venía crecido, que no podías brincarlo ni había puente, tenías que descalzarte y meterte en el río, ¿sabes? Tres horas para arriba andando, tres horas de camino, nosotras salíamos a las 6 y llegábamos a las 9 a Bayárcal, andando (...). Pues nosotras por la carretera no pasábamos nunca porque estaba siempre la Guardia Civil por allí, nosotras temíamos, temíamos que si nos quitaban la mijilla que llevábamos...".
Testimonio de Clotilde Aranzana Rueda (Alcolea, 2006). 91 años en la fecha de la entrevista. Recogido en Sofía Rodríguez López: "Activismo sin militancia. Las "madres coraje" de la posguerra española".
"Me fui a la plaza y me enteré que en casa del auditor de guerra hacía falta una cocinera (...). Me puse a trabajar interna casi tres meses pero un día me dijo: "Josefa se tendría que ir usted porque a mí me han dicho que puede ser una espía" (...). Me puse a vender estraperlo en la Rambla Alfareros y Magistral Domínguez. Al principio me daba mucha vergüenza y no me salía la voz para decir se compra o se vende pero poco a poco me fui acostumbrando. No me iba mal, al menos en mi casa podíamos comer caliente (...). Por la noche, mi madre y yo nos íbamos al muelle y hacíamos el camio (...). Otro día vino un hombre de pueblo, me dio un saco para que le comprara pan y casi al mismo tiempo vino una señora mayor, si quería 50 panes me los traía de diez en diez (...). Cuando estaba a la mitad vino la sobrina de otra vendedora y le ofreció una peseta más por pan. Veía que me quitaba la venta, no, eso sí que no. Nos liamos a palos. Yo no quería que me quitaran el pan de mi hijo. (...) Era la ley de la supervivencia".
Memorias inéditas de Josefa Collado Gómiz. Recogido en Sofía Rodríguez López: "Activismo sin militancia. Las "madres coraje" de la posguerra española".