jueves, 29 de junio de 2017

Las feministas que se negaron a cuidar.

"La confrontación con el trabajo reproductivo -reducido, en un principio, al trabajo doméstico- fue el factor definitorio para muchas mujeres de mi generación, nacidas en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Después de dos guerras, que en el espacio de tres décadas habían eliminado a setenta millones de personas, los atractivos de la domesticidad y la promesa de sacrificar nuestras vidas para producir más trabajadores y soldados par el Estado no tenían lugar en nuestro imaginario. De hecho, más que la confianza en una misma que la guerra otorgó a muchas mujeres -y que en EEUU simbolizó la imagen de Rossie la remachadora-, fue la memoria de la carnicería en la que habíamos nacido, especialmente en Europa, lo que dio forma a nuestra relación con la reproducción durante el periodo de postguerra. (...) Cuando recuerdo las visitas que, en Italia, siendo escolares, hacíamos a las exposiciones en los campos de concentración, y las historias que se contaban en las sobremesas acerca de la cantidad de veces que, a duras penas, nos habíamos salvado de ser asesinados por los bombardeos, escapando en mitad de la noche en busca de refugio bajo un cielo que refulgía con las estelas de las bombas, no puedo dejar de preguntarme cuánto peso habrán tenido estas experiencias en mi decisión, y en la de muchas otras mujeres, de no tener hijos ni convertirnos en amas de casa.

Esta perspectiva antibelicista puede que sea la razón por la que nuestra actividad, al contrario que otras críticas feministas previas al hogar, la familia y el trabajo doméstico, no podía buscar reformas. Echando un vistazo retrospectivo a la literatura feminista de principios de los años setenta, me sorprende la ausencia de las problemáticas que preocupaban a las feministas de los años veinte, cuando la reordenación del hogar en términos domésticos, la tecnología aplicada al hogar y la reorganización de los espacios eran temas centrales en la teoría y la práctica feministas. Por primera vez, el feminismo mostraba una ausencia de identificación con el trabajo reproductivo, no sólo cuando se producía para otros sino incluso en relación a nuestras familias y parientes".

Silvia Federici: Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas.

"Amar, cuidar, sostener, durante toda la vida hasta que revientes, sin poder elegirlo. Sumergirse y condenarse a esa circularidad opresiva de lo doméstico, a esa repetición continua que no permite excepciones. Podríamos decir que somos las hijas de las feministas de los setenta que se negaron a cuidar".

Carolina León: Trincheras permanentes. Intersecciones entre política y cuidados.

lunes, 26 de junio de 2017

Y son de quien ellas quieren ser.

"Las rabonas no son casadas, no pertenecen a nadie y son de quien ellas quieren ser. Son criaturas al margen de todo. Viven con los soldados, comen con ellos, se detienen en donde ellos acampan, están expuestas a los mismos peligros y soportan aún mayores fatigas. Cuando el ejército está en marcha, es casi siempre del valor y de la intrepidez de estas mujeres que lo preceden de cuatro o cinco horas, de lo que depende su subsistencia. (...) Es digno de notar que, mientras el indio prefiere matarse antes de ser soldado, las mujeres indias abrazan esta vida voluntariamente y soportan las fatigas y afrontan los peligros con un valor de que son capaces los hombres de su raza. No creo que se pueda citar una prueba mas admirable de la superioridad de las mujeres en la infancia de los pueblos.

(...) Estas mujeres son lo más lejano a cualquier ideal de belleza. Esto es concebible por la naturaleza de las fatigas que resisten. En efecto, soportan la intemperie en los climas más opuestos, sucesivamente expuestas al ardor abrasador del sol de las pampas y al frío de las cimas heladas de las cordilleras. Llevan por todo vestido una falda corta de lana que les cae hasta las rodillas, una piel de carnero en ,medio de la cual hacen un hueco para pasar la cabeza y ambos lados le cubren la espalda y el pecho. No les importa nada su aspecto exterior. Los pies y los brazos están desnudos. Se nota que entre ellas reina bastante armonía a pesar de que las escenas de celos ocasionan a veces asesinatos. Las pasiones de estas mujeres no están contenidas por ningún freno y esos acontecimientos no deben sorprender. Está fuera de toda duda que, en un número igual de hombres a quienes no contuviese ninguna disciplina y llevasen la vida de estas mujeres, los asesinatos serían mucho más frecuentes. Las rabonas veneran al sol, pero no observan ninguna práctica religiosa".

Flora Tristán: Peregrinaciones de una paria, 1838.

sábado, 17 de junio de 2017

De la esquizofrenia entre discurso y actuación.

"Y es así que entro en la casa a colaborar con mi madre, que está terminando el almuerzo y aprovecha para quejarse. Explica que está harta de las manías de los hombres con los que vive. Hasta el gorro de recoger calcetines y calzoncillos usados del suelo -para lavarlos, tenderlos, recogerlos, devolverlos a su sitio-, de levantar los platos en los que acaban de comer -que habrá de fregar-, de ser quien únicamente pasa un cepillo y un mocho cuando le dan las fuerzas -y se lo permite la bronquitis-.

Y le digo cómodamente: 'Deja de cuidarlos'. Entonces se monta la obra de teatro entre madre e hija. 'No lo hagas más, ¿qué va a pasar?', yo. Que tienen más años que matusalén, que ella ya cuidó bastante. Que qué pasaría sino estuviera. Que pruebe. '¿Y abandonarlos? ¿Y quién lo va a hacer?', ella. Que están viejos, que no saben hacer nada solos. 'Tú también estarías haciéndolo', me espeta. 'No, no estaría haciéndolo', respondo, aunque creo que digo mentiras. 'Pero es que a ti no te cuida nadie', yo.

'Algo tendré, lo que no sé es convivir con la mierda'. Y sé que hay mucho más que eso, la despensa surtida, dos menús al día, una batalla diaria contra el caos. En mi pequeña pieza teatral, la hija no va a tomar el rol de la madre, la madre no encuentra una salida para soltar su rol, el hombre no se está enterando de nada. Mi madre termina enfadada conmigo yo estoy enfadada con la vida.

Sabemos que no es nuestra tarea exclusiva pero no podremos evitar levantarnos para retirar los platos. Vemos la matriz que reparte los cuidados asimétricamente pero propondremos antes que nadie dejar de discutir. Convivimos con esa desigualdad y con nuestras intelectualizaciones. Esa pequeña esquizofrenia entre discurso y actuación (...). Probábamos las dulzuras de la vida autónoma, pero habíamos crecido absorbiendo la tendencia al cuidado -por el ejemplo de otras o por insistencia con muñecas de plástico- asignada a lo femenino. En este terreno confuso es posible la crítica feminista a la organización social que da por hecho tantas cosas, mientras en las prácticas concretas y en nuestras experiencias -urbanas o rurales, del norte o del sur- no hemos conseguido desmontar mucho. En este terreno convive todo, con cargo a nuestras espaldas, y yo no he hecho más que enfadar a mi madre".

Carolina León: Trincheras permanentes. Intersecciones entre política y cuidados.

martes, 13 de junio de 2017

En el comienzo fueron las mujeres.

"Dos años antes, en 1915, Inés Armand, Krupskaia y la mujer de Zinoviev habían celebrado en Berna el Congreso Internacional de Mujeres Socialistas. (...) El Congreso reafirmó la decisión tomada cinco años antes, en Copenhague, de honrar a las obreras una vez al año, el 8 de marzo.

En 1917, la fiesta de la mujer trabajadora tiene sobrados motivos para inquietar al general Jabalov. El frío, 40º bajo cero, ha paralizado toda la circulación. 1.200 locomotoras se han convertido en bloques de hielo. 57.000 vagones destinados al avituallamiento han quedado bloqueados en las vías. La capital es presa del pánico, del hambre y de la cólera popular.

La primera manifestación arranca en el barrio de Viborg donde militan Kalinin y Molotov. Las mujeres avanzan con trajes oscuros hasta los tobillos y las cabezas cubiertas con grandes pañuelos blancos de lana, gritando: ¡Pan! ¡Pan! A medida que las obreras se acercan a los barrios administrativos, la columna se va haciendo más grande. Algunos hombres acuden para encuadrarla: aparecen banderas rojas. A las tres de la tarde se calcula que hay 90.000 personas en la manifestación, cuando la policía trata de dispersarla. Pero no puede hacer nada ante una multitud tan grande si no cuenta con la participación del ejército. Los cosacos no hacen nada para defender a los policías, que están siendo rodeados y golpeados, y las tiendas son saqueadas.

Esa noche, el comité bolchevique vota la continuación y la generalización de la huelga. El llamamiento es redactado por un viejo bolchevique, el periodista Olminski: Formad comités de lucha, comités de libertad. Más vale morir luchando valientemente por la clase obrera que morir en el frente defendiendo las ganancias de los capitalistas".

Jean-Paul Ollivier: ¿Cuándo amanecerá, camarada? Crónica de la Revolución rusa: 1876-1917.

martes, 6 de junio de 2017

El matrimonio es el único infierno que reconozco.

"Son numerosos los indicadores psicológicos y todos señalan en la misma dirección. Las mujeres casadas de esos estudios informan acerca de una depresión un 20% mayor que las solteras y tres veces la tasa de neurosis grave. Las mujeres casadas tienen más colapsos nerviosos, nerviosidad, palpitaciones e inercia. Aun otros males afectan desproporcionadamente a las mujeres casadas: insomnio, temblor de manos, mareos, pesadillas, hipocondría, pasividad, agorafobia y otras fobias, infelicidad con su aspecto físico y abrumadores sentimientos de culpa y vergüenza. Un estudio longitudinal de veinticinco años de mujeres con educación terciaria descubrió que las esposas tenían la menor autoestima, se sentían menos atractivas, declaraban la mayor soledad y se consideraban a sí mismas las menos competentes en casi todas las tareas, incluso el cuidado e sus hijos".

Susan Faludi: Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna, 1991.

"- Prima, hay sufrimientos en donde hay opresión y opresión en donde el poder de ejercitarla existe. En Europa, como aquí, las mujeres están sometidas a los hombres y tienen que sufrir aún más su tiranía.

- (...) Es usted muy buena en irritarse así por la suerte de las mujeres. Son, en efecto, muy desgraciadas y, sin embargo, querida amiga, no puede usted juzgar de ello sino imperfectamente. Para tener una idea justa del abismo del dolor en que está condenada a vivir, hay que estar o haber estado casada. ¡Oh, Florita! El matrimonio es el único infierno que reconozco".

Flora Tristán: Peregrinaciones de una paria, 1838.