"Las rabonas no son casadas, no pertenecen a nadie y son de quien ellas quieren ser. Son criaturas al margen de todo. Viven con los soldados, comen con ellos, se detienen en donde ellos acampan, están expuestas a los mismos peligros y soportan aún mayores fatigas. Cuando el ejército está en marcha, es casi siempre del valor y de la intrepidez de estas mujeres que lo preceden de cuatro o cinco horas, de lo que depende su subsistencia. (...) Es digno de notar que, mientras el indio prefiere matarse antes de ser soldado, las mujeres indias abrazan esta vida voluntariamente y soportan las fatigas y afrontan los peligros con un valor de que son capaces los hombres de su raza. No creo que se pueda citar una prueba mas admirable de la superioridad de las mujeres en la infancia de los pueblos.
(...) Estas mujeres son lo más lejano a cualquier ideal de belleza. Esto es concebible por la naturaleza de las fatigas que resisten. En efecto, soportan la intemperie en los climas más opuestos, sucesivamente expuestas al ardor abrasador del sol de las pampas y al frío de las cimas heladas de las cordilleras. Llevan por todo vestido una falda corta de lana que les cae hasta las rodillas, una piel de carnero en ,medio de la cual hacen un hueco para pasar la cabeza y ambos lados le cubren la espalda y el pecho. No les importa nada su aspecto exterior. Los pies y los brazos están desnudos. Se nota que entre ellas reina bastante armonía a pesar de que las escenas de celos ocasionan a veces asesinatos. Las pasiones de estas mujeres no están contenidas por ningún freno y esos acontecimientos no deben sorprender. Está fuera de toda duda que, en un número igual de hombres a quienes no contuviese ninguna disciplina y llevasen la vida de estas mujeres, los asesinatos serían mucho más frecuentes. Las rabonas veneran al sol, pero no observan ninguna práctica religiosa".
Flora Tristán: Peregrinaciones de una paria, 1838.
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