Sólo desde hace algunos, pocos, años se ha empezado a recuperar la historia del periodo posterior y del inmediatamente anterior a la muerte de Franco como la historia de un levantamiento popular cerrado (en falso, pero cerrado) con los pactos del 78. Como todos los falsos cierres de una situación potencialmente revolucionaria, en la España de finales de los setenta se produjo una operación de integración de algunos grupos sociales y de exclusión de otros. Una parte de lo que habían sido las luchas antifranquistas, en concreto las luchas estudiantiles en los distintos campus universitarios, en realidad formada por aquellos que estaban llamados a componer una nueva clase media profesional, lideró simbólicamente el proceso de transición y, de paso, se situó en las posiciones "ganadoras" del proceso. Es decir, aquellas que en el medio plazo aseguraban una posición cultural hegemónica y una posición económica de cierto desahogo. Esta capa social es la que se ha visto reflejada en esa peculiar descripción, mitad costumbrista mitad política, que es "lo progre", diminutivo gazmoño de "progresista", que designa una actitud liberal, complaciente con el futuro, de "izquierdas", pero sin estridencias, y, sobre todo, confiada en su superioridad moral. Su correspondencia con los gustos culturales de la clase media ha bailado siempre al son de la gran esperanza de modernización del país que, abandonada toda ínfula revolucionaria o de radicalización democrática, pasa, obvio, por Europa. Una aspiración que apenas escondía la asunción acrítica del nuevo régimen de economía política.
Roberto Herreros e Isidro López: El estado de las cosas de Kortatu. Lucha, fiesta y guerra sucia. Referencia a Emmanuel Rodríguez: Hipótesis Democracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario