viernes, 6 de marzo de 2015

La cultura occidental da asco.

"En la unión de los sexos, cada uno concurre de igual forma al objetivo común, pero no de igual manera. De esa diversidad nace la primera diferencia asignable entre las relaciones morales de uno y otro. Uno debe ser activo y fuerte, el otro pasivo y débil: es totalmente necesario que uno quiera y pueda, basta que el otro resista poco. 

Establecido este principio, de él se sigue que la mujer está hecha especialmente para agradar al hombre; si el hombre debe agradarle a su vez, es una necesidad menos directa. (...) Si la mujer está hecha para agradar y para ser sometida, debe hacerse agradable para el hombre en lugar de provocarle: la violencia de ella reside en sus encantos; con ellos debe forzarle a él de encontrar su fuerza y a utilizarla. El arte más seguro de animar esa fuerza es hacerla necesaria por la resistencia. Entonces el amor se une al deseo, y uno triunfa con la victoria que el otro le hace conseguir. (...)

Sea pues que la hembra del hombre comparta o no sus deseos y quiera o no satisfacerlos, le rechaza y se defiende siempre, pero no siempre con la misma fuerza ni por consiguiente con el mismo éxito; para que el atacante salga victorioso es preciso que el atacado lo disponga o permita; porque ¿cuántos medios sagaces no hay para forzar al agresor a usar la fuerza? El más libre y más dulce de todos los actos no admite violencia real, la naturaleza y la razón se oponen a ello (...).

Si en nuestros días se registran menos actos de violencia, no es seguramente porque los hombres sean más temperantes, sino porque es menos su credulidad, y porque semejante queja, que antaño hubiera convencido a pueblos simples, en nuestros días no haría sino atraer las risas de los burlones; se gana más callando. Hay en el Deuteronomio una ley por la que una muchacha seducida era castigada junto con su seductor, si el delito se había cometido en la ciudad; pero si se había cometido en el campo o en lugares apartados, sólo se castigaba al hombre; porque, dice la ley, la muchacha gritó y no fue oída".

Jean-Jacques Rousseau: Emilio o De la educación.


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