lunes, 21 de agosto de 2017

Que haya alguien en casa que te cuide es la única posibilidad para no volverse loco.

"De la misma manera que Dios creó a Eva para dar placer a Adán, el capital creó al ama de casa para servir al trabajador masculino, física, emocional y sexualmente; para criar a sus hijos, coser sus calcetines y remendar su ego cuando esté destruido a causa del trabajo y de las (solitarias) relaciones sociales que el capital le ha reservado. Es precisamente esta peculiar combinación de servicios físicos, emocionales y sexuales que conforman el rol de sirvienta que las amas de casa deben desempeñar para el capital lo que hace su trabajo tan pesado y al mismo tiempo tan invisible. No es casual que la mayor parte de los hombres comiencen a pensar en el matrimonio tan pronto como encuentran su primer trabajo. Esto no sucede sólo porque económicamente se lo puedan permitir sino porque el que haya alguien en casa que te cuide es la única posibilidad para no volverse loco después de pasar el día en una línea de montaje o en una oficina. Toda mujer sabe que debe cumplir con esos servicios para ser una mujer de verdad y lograr un patrimonio "exitoso". También en este caso, cuanto mayor es la pobreza familiar, mayor es la esclavitud a la que se ve sometida la mujer y no tan solo debido a la situación económica. De hecho el capital mantiene una política dual, una para la clase media y otra para las familias de clase trabajadora. No es accidental que sea en esta última donde encontramos el machismo menos sofisticado: cuantos más golpes se lleva un hombre en el trabajo más y mejor entrenada tiene que estar la mujer para absorber los mismos, y más permitido le estará el recuperar su ego a su costa. Le pegas a tu mujer y viertes tu rabia en ella cuando te sientes frustrado o demasiado cansado a causa del trabajo, o cuando te han vencido en una lucha (aunque trabajar en una fábrica ya es una derrota). Cuanto más obedece un hombre y más ninguneado se siente, más manda alrededor suyo. La casa de un hombre es su castillo y su mujer debe aprender a esperar en silencio cuando él está de mal humor, a recompone sus pedazos cuando está hecho trizas y odia el mundo, a darse la vuelta en el lecho cuando él dice estoy demasiado cansado esta noche o cuando lo hace tan rápido que, tal y como lo describió cierta vez na mujer, lo mismo podría estar haciéndolo con un bote de mayonesa. Las mujeres siempre han encontrado maneras de rebelarse, o de responder, pero siempre de manera aislada y en el ámbito privado. El problema es entonces cómo se lleva esta lucha fuera de la cocina y del dormitorio, a las calles".

Silvia Federici: "Salarios contra el trabajo doméstico".

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