"El discurso de género vinculó la feminidad con la naturaleza. En cambio, la masculinidad se construyó en el marco de la cultura y de la razón. Cabe subrayar que, con la excepción de la noción de virilidad, la identidad masculina quedó apenas asociada a la naturaleza sexual del hombre (...). Los rasgos identitarios predominantes de la masculinidad contemporánea se relacionaban con la superioridad, el trabajo, la virilidad, la ciudadanía y el perfil de hombre público. Frente a la mujer doméstica, se definía al varón como agente económico y sujeto político. El arquetipo masculino detentaba la autoridad económica, política y patriarcal de este nuevo orden moral de la economía de mercado. En esta nueva cultura de la modernidad burguesa, la identidad masculina se fundamentaba en el trabajo como la mayor virtud varonil. La honradez, la respetabilidad, el sentido de la responsabilidad en los negocios y la ética del trabajo constituyeron las señas de identidad masculinas. Trabajo y ocupación configuraron los pilares identitarios de la masculinidad moderna, en contraste con la adscripción identitaria femenina a través de la naturaleza maternal, la dedicación a la familia y los restringidos deberes domésticos. Frente a los componentes de autoridad masculina, la concepción de la feminidad se basaba en la dependencia, el arquetipo de madre y cónyuge piadosa dedicada de forma abnegada y silenciosa a su familia, en la estricta reclusión al espacio doméstico del hogar. La lógica del discurso de género acabó definiendo un orden social de superioridad masculina, es decir, un sistema de género que legitimaba la nueva sociedad contemporánea a la vez que era legitimado por ella".
Mary Nash: Mujeres en el mundo. Historia, retos y movimientos.
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