"La mujer contemporánea se está volviendo difícil: quiere y pide que se respete su personalidad, su alma, que su yo sea considerado. No soporta el despotismo. (...) La mujer contemporánea está en condiciones de perdonar mucho de cuanto resultaba más duro para la mujer antigua: la incapacidad del hombre para procurarle un bienestar material, un descuido exterior para con ella, inclusive una infidelidad; pero nunca podrá olvidar, nunca aceptará un actitud despectiva hacia su yo espiritual, hacia su alma. Si su amigo "no la comprende", las relaciones pierden, él, ojos de la mujer nueva, la mitad de su valor.
(...) Cuanto más decantada es la personalidad de una mujer, más se siente ser humano, más intensa es para ella la ofensa del hombre que, por su mentalidad formada en el curso de los siglos, no sabe advertir, en la mujer deseada, el individuo que despierta. Tales exigencias acrecentadas con respecto al hombre obligan a nuestras heroínas de novelas contemporáneas a ir de una pasión a otra, de un amor a otro, en dolorosa búsqueda del ideal accesible: la armonía de la pasión y la compenetración espiritual, la conciliación del amor y de la libertad, la unión de la amistad y de la mutua dependencia. (...) La realidad presente defrauda a todas esas ingenuas buscadoras de un amor armonioso, pleno. Y rompen implacablemente todos los lazos de amor, parten hacia su sueño. Pero olvidan que lo que hoy pretenden no podrá realizarse sino en un lejano futuro, y por hombres cuyo espíritu se haya renovado, hombres que habrán asimilado orgánicamente la idea de que, en la unión amorosa, el primer puesto debe corresponder a la amistad y la libertad".
Alejandra Kolontai: "La mujer nueva", 1918.
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