lunes, 20 de marzo de 2017

Toda magia tiene su origen en la lujuria de la carne.

"La misoginia de la Iglesia (...) queda demostrada por la doctrina que afirmaba que, en el coito, el varón depositaba en el cuerpo de la mujer un homúnculo, es decir, un "pequeño hombre" completo, con el alma incluida, hombrecillo que simplemente pasaba nueve meses cobijado en el útero, sin recibir ningún atributo de la madre. Aunque el homúnculo no estaría realmente a salvo hasta pasar otra vez a manos de un hombre, el cura que debía bautizarlo, asegurando de este modo la salvación de su alma inmortal.

Otra deprimente fantasía de ciertos pensadores religiosos medievales era que en el momento de la resurrección todos los seres humanos renacerían ¡bajo forma de varones! La Iglesia asociaba la mujer al sexo y condenaba todo placer sexual, considerando que éste sólo podía proceder del demonio. Se suponía que las brujas habían experimentado por primera vez el placer sexual copulando con el demonio (a pesar del miembro frío como el hielo que se le atribuía) y que luego contagiaban a su vez el pecado a los hombres. Es decir, culpaba a la mujer de la lujuria, ya fuera masculina o femenina. (...) A los ojos de la Iglesia, todo el poder de las brujas procedía en última instancia de la sexualidad".

Barbara Ehrenreich y Deidre Englis: Brujas, parteras y enfermeras. Una historia de sanadoras femeninas.


"Toda magia tiene su origen en la lujuria de la carne, que es insaciable en la mujer. Para satisfacer su lujuria, copulan con demonios (...). Queda suficientemente claro que no es de extrañar que la herejía de la brujería contamine a mayor número de mujeres que de hombres. Y alabado sea el Altísimo por haber preservado hasta el momento al sexo masculino de tan espantoso delito".

Malleus Maleficarum, 1487.

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