"En los albores de la Restauración, el republicanismo cuenta en España con un inconveniente grave: ser una cultura derrotada. La República tardará seis décadas en disponer de otra oportunidad. Los republicanos no se lo imaginan y anuncian a los jóvenes que ellos sí la verán. Yerran. En lo que aciertan es al constatar que los complejos materiales que integran la cultura de la que participan han sido incapaces de regular con éxito una gestión institucional acompañada, con independencia de sus intenciones, de un vivo proceso de movilización colectiva.
Alimentar las expectativas de redención y hacerlas realidad son tareas difícilmente compatibles cuando dichas esperanzas incluyen la instauración de una democracia representativa, la conformación de una ciudadanía participativa, (...). Ha quedado claro que no es lo mismo predicar las virtudes de la escuela, del periodismo libre o del asociacionismo que impulsarlas mientras se ejerce la autoridad. No resulta ser lo mismo clamar por una soberanía popular que se acopla a la noción de voluntad general que gestionar los resortes e un Estado y una sociedad que han dejado atrás el ciclo del liberalismo revolucionario.
El humanitarismo republicano liberal (democrático, librepensador, abolicionista) al entrar en contacto con una realidad nutrida por lógicas de poder, pasiones humanas y exclusiones políticas deja de vivirse confortablemente. Por no citar el hecho de que en el seno del movimiento, y desbordando las raíces liberales, existe un polo partidario de la nivelación de las fortunas. Un humanitarismo alternativo que había dado lugar a la república obrera; materialista y clasista. Un humanitarismo que desborda la filantropía, la apelación a la virtud y choca con las lógicas de clase inherentes a un mundo en que lo burgués construye - no sin contestación de las fuerzas del pasado y de los damnificados del presente - su hegemonía".
Ángel Duarte Montserrat: "Cultura republicana".
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