"En el discurso de los vencedores de la guerra civil, la república será responsable, entre otras calamidades, de haber destrozado la institución familiar y haber trastocado los papeles tradicionales de hombres y mujeres. Por tanto, las mujeres asimiladas a la categoría de los vencidos, ya fuera por sus simpatías republicanas, por su militancia en organizaciones de izquierdas o, simplemente, por su parentesco con hombres pertenecientes al bando republicano, eran doblemente culpables, en un sentido político y también moral: culpables de oponerse a la tarea purificadora franquista, culpables de haber traicionado su condición femenina y de haberse salido de su papel de madres y esposas.
(...) Sin ser reconocidas como oponentes políticas, son en la práctica reprimidas en cuanto tales y, por añadidura, reprimidas en su condición de mujeres que han transgredido las normas de género de la moral oficial. Esta doble represión, esta especificidad del trato que el franquismo reserva a las mujeres se pone de manifiesto ya durante la guerra, en la elaboración y puesta en práctica de un repertorio represivo específicamente dirigido a las mujeres, unas prácticas punitivas, como el rapado de pelo o la ingestión de aceite de ricino (además de los abusos sexuales o la violación, que fueron también muy frecuentes) que en realidad, tras su simbología pretendidamente redentora y purificadora, atentan directamente contra la feminidad de la víctima, pretenden deformar y borrar dicha feminidad, y en las que lo vejatorio y lo humillante ocupan un lugar central".
Mercedes Yusta Rodrigo: "Las mujeres en la resistencia antifranquista. Un estado de la cuestión".
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