viernes, 8 de mayo de 2015

El crimen tenía que ser sofocado.

"El criminal se convirtió en una de las figuras centrales de la segunda mitad del siglo XIX. Se insistía en que su número y maldad aumentaba, y en que era preciso exigir una mayor represión y un endurecimiento del Derecho que condujera a un mayor número de juicios y a una mayor dureza de las penas y su aplicación. El crimen tenía que ser sofocado y para conseguirlo, para identificar peligrosidad social con criminalidad, era necesaria una moral que sancionase las leyes que los gobiernos aprobaban; una moral capaz de aunar la "sensibilidad burguesa" -tópica, de nula consustencia y fácilmente moldeable- con la "defensa social". Defensa que consistió no sólo en arbitrar medidas jurídicas o policiales, sino también en justificar, de la forma más científica posible, la génesis de la criminalidad y de un fenómeno conexo con ella, la locura, tratando de ocultar casi sistemáticamente la innegable repercusión de los cambios sociales que la instauración de un nuevo modo de producción imponía sobre determinados comportamientos humanos.

Es en este contexto en el que la degeneración y la Antropología criminal, defendiendo la existencia de unos "estigmas físicos" que estarían en correspondencia con los caracteres psicológicos de los criminales y los locos, iban a servir de soporte científico a quienes interesaba ocultar que el origen de la delincuencia poseía profundas raíces sociales".

Ricardo Campos, José Martínez y Rafael Huertas: Los ilegales de la naturaleza. Medicina y degeneracionismo en la España de la Restauración (1876-1923).

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