"A mí no deja de alucinarme lo que las mujeres hemos sido capaces de hacer para escapar de la violencia de los machos. Había unas órdenes de monjas que deseaban vivir fuera de las ciudades para estar tranquilas cuidando el huerto. Entonces venían hordas de guerreros y las violaban. Pero ellas no querían la asfixiante protección intramuros, y se cortaron las narices. Eran monstruosas, ya nadie las molestaba.
Santa Águeda lo entendió muy bien. Con tetas no hay paraíso. Y el tirano de mi padre no me puede casar con el imbécil que más le interese. Así que le sirvió sus pechos adolescentes rebanados en una bandeja. ¡Mira, papá, ya no hay tetas, a ver con quién me casas ahora!
(...) Año 700, Portugal. La hija de un rey, con tan sólo doce años, se niega al matrimonio con un príncipe extranjero al que ni conoce. La niña ya se había librado del acoso de su padre en una ocasión y odiaba la idea de entregarse a un hombre. Pide a Dios que le arrebate su belleza femenina, comienza un ayuno feroz. Su menstruación se interrumpe y una espesa barba comienza a poblar su cara -gracias al descenso de estrógenos suprarrenales provocado por el ayuno-. El príncipe, al verla, sale corriendo. Ella intenta refugiarse en un convento, pero es apresada por su padre. El rey la amenaza con la cruz si no depone su rebeldía, pero ella persevera. Muere crucificada y santa. El ejemplo de santa Wilgefortis -virgen fuerte- cruzó la frontera española como santa Liberata. A ella se encomendaron durante siglos las mujeres que deseaban librarse del acoso de un hombre".
Itziar Ziga: Devenir perra.
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