martes, 14 de junio de 2016

Las cosas importantes pasaban siempre fuera.

"(...) Los procesos de industrialización inauguraron una era de profundo malestar de la mujer en el hogar. En casa sólo había espacio para las tareas domésticas, el tedio, una asfixiante sobrecarga afectiva y, a lo sumo, el cuidado de los hijos compartido con -y dirigido por- expertos médicos y educativos. Además, las mujeres urbanas se fueron encontrando cada vez más solas, desgajadas de su vínculo con otras mujeres en las que apoyarse y de las que recibir información y conocimientos. El nuevo modelo de hogar reprodujo a escala microscópica algunas de las ambigüedades consustanciales a la experiencia de la modernidad. El hogar era algo maravilloso, un refugio ante la hostilidad de la vida urbana y la selva del mercado laboral. En él se agolpaban las relaciones afectivas, el amor y el altruismo. Pero las cosas importantes siempre pasaban fuera, donde estaban los hombres: en las empresas, en las fábricas, en los laboratorios, en las universidades, en las calles, en el parlamento... Quedarse en casa parecía una opción cada vez menos apetecible. Por eso, durante décadas, una legión de moralistas, médicos, predicadores, sociólogos y opinadores de toda laya se esforzaron denonadamente por inventar pretextos para mantener a las mujeres atadas al hogar en un mundo que ofrecía cada vez más y más posibilidades para ellas".

Carolina del Olmo: ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista.

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