"(...) Las normas de conducta de género influyeron de forma significativa en la consideración negativa del trabajo extradoméstico femenino, lo cual, en la medida en que se reconocía su realidad, se consideraba como una desvirtuación de su sublime misión de madre. Desde esta persectiva, se consideraba inadmisible el trabajo asalariado femenino, así como su presencia en el mercado laboral, a que impedía el correcto desarrollo de sus labores domésticas. Era una transgresión del código de género que rechazaba la presencia femenina en el ámbito público. Al priorizar el trabajo doméstico en la casa como exclusiva función de la mujer, el discurso de la domesticidad legitimó el rechazo al trabajo asalariado femenino. Además, reforzó una visión del trabajo remunerado femenino como ayuda puntual y complementaria frente al canon del trabajo masculino. Esta visión, a su vez, justificó la discriminación económica y la segregación ocupacional de las trabajadoras.
Cabe destacar que el movimiento obrero solía suscribir el discurso de la domesticidad en su definición burguesa. La realidad generalizada del trabajo asalariado femenino y la decisiva importancia de su aportación económica a la economía familiar obrera, paradójicamente no llevaron al reconocimiento de la mujer como trabajadora en el seno del obrerismo hasta fechas muy tardías. Se entendía que las mujeres debían dedicarse de forma exclusiva a las tareas domésticas como único encargo social. De este modo, les fue negada una identidad de trabajadoras, incluso a las mujeres de procedencia obrera".
Mary Nash: Mujeres en el mundo. Historia, retos y movimientos.
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