lunes, 4 de enero de 2016

Esas mujeres eran una incógnita.

"¿Acaso las feministas emancipadas de la década de 1970 no aborrecíamos más que cualquier otra cosa la jaula doméstica donde nuestras madres, tías y abuelas habían atendido, día tras día, a los hombres, niños y ancianos de la familia?, ¿acaso no estábamos obsesionadas con escapar a semejante destino y nos acogíamos a nuestro papel de mujeres liberadas con el oculto temor de que ni aún así lográramos escapar a un destino perverso?, ¿cuántas de nosotras no nos vanagloriábamos de nuestra libertad cuando nos comparábamos con amigas del colegio que ya estaban agobiadas, con poco más de veinte años, por papillas, pañales y cocinas?

Ni siquiera la militancia política nos ahorraba esa inquietud. Especialmente cuando los compañeros masculinos empezaban a quejarse de la poca consideración y apoyo de sus respectivas compañeras. Recuerdo que en algunas ocasiones, cuando lográbamos llegar en unas abarrotadas camionetas verdes a lo que por aquel entonces era el remoto barrio de Zarzaquemada en el extrarradio madrileño, donde debíamos reunirnos con los compañeros de las fábricas del metal, entreveíamos rápidamente a sus mujeres, que eran casi de nuestra misma edad. Recuerdo especialmente a un compañero, en cuya casa solíamos reunirnos (...). Su mujer entraba alguna que otra vez y nos traía cervezas a las que acompañaban unas bolsas inmensas de pipas y pistachos. Ella sacaba a los niños para que no molestaran, les daba la cena y los acostaba, y luego comía silencionsamente en la cocina mientras nosotros seguíamos discutiendo sobre el próximo convenio, las asambleas, las luchas y las movilizaciones. No participaba nunca en las discusiones y su marido decía que ella no entiende de esas cosas: no era como nosotras, jóvenes comunistas emancipadas, con nuestros tejanos ajustados y nuestro pelo corto. Ella se teñía de rubio y se quejaba de que el salario era demasiado escaso y de que no llegaba a fin de mes, pero, según él, gastaba demasiado porque no sabía lo que era ganar un salario trabajando en la fábrica.

Para una parte del movimiento feminista esas mujeres eran una incógnita".

Monserrat Galcerán Huguet: "Prólogo" en Mariarosa Dalla Costa: Dinero, perlas y flores en la reproducción feminista.

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